Lloraba porque no había podido resolver muchas cosas. Eran tantas que no podía hacer nada más que dejarlas a un lado, al menos por un rato, y llorar.
Llorar por no entender los cambios, o por hacerlo y no poder aceptarlos. Por no abandonar lo viejo, eso que por viejo no cobra valor. En este caso no.
Lloraba al no lograr decidir por otros, cuando era lo que más respetaba, las elecciones ajenas. En tiempos anteriores, claramente. Todo era mejor ahí. Cuando importaba menos.
Lloraba el entrar a lugares y no poder salir. El poner lo que le resultaba imposible quitar. El construir lo que sin su consentimiento iba a caerse. Como cada cosa, hoy, en su vida. Todo, incluso aquello que más sólidamente parecía sostenerse.
Lloraba el pasado que no dolía, cuando era presente. Lloraba el futuro, que se aproximaba a cada paso, cuando no se sentía preparada. El ayer. el ahora y el mañana pesaban lo que no iba a soportar.

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