Muchas veces más volví a pasar por Santa Fe, cruzando El Ateneo y el restaurante de la esquina donde ese mediodía almorzamos juntos.
No te quise contar, pero cambié de analista y su consultorio queda cerca de ahí y de un montón de lugares donde no estuvimos ni-vamos-a-estar, dije cuando me enojé en el diván la tarde que pensé que le hablaba a Diana.
Hoy creo que la distancia se mide en las cosas que no podría decirte teniéndote en frente.
En el momento exacto en que rompiste el silencio la noche en que volvimos del bar de Palermo.
"La pasé muy bien con vos".


Siempre te estabas yendo.

*

La enfermedad nunca viene a inscribirse en una tabla rasa. Donde hay patología orgánica existe, antes que nada, un sujeto que la padece. Creo que se trata, siempre y en cualquier caso, de saber con quién tratamos. Conocer qué había detrás, dónde vino a caer el diagnóstico, en qué familia, en qué rutina, en qué momento y, sobre todo, cuáles eran los recursos simbólicos que sostenían previamente. Nos vemos casi obligados a hallar un punto de partida, a buscar un hilo desde donde tirar para comenzar a rearmar eso con lo que arrasó la enfermedad. Lo que aprendí, últimamente, es que existen casos en los que hay mucho más por construir que por encontrar.
P. revolucionó medio hospital. Su negativa a someterse a una operación que iba a salvarle la vida nos dejaba sin herramientas como equipo de salud. Fueron muchos pases de sala buscando estrategias e incursionando en entrevistas. La impotencia médica se traducía en pedidos de interconsulta y en un llamado, casi desesperado, a que hagamos algo para que ella "entienda". El tiempo corría, (¿o se detenía?), y una cosa era segura: la urgencia de la operación. Pero, en medio de todo este desborde y alboroto, ¿quién era P.?
Fuimos abriendo un espacio de escucha donde pudimos poner entre paréntesis a la enfermedad para traer otras cuestiones, aunque no menos patológicas. La paciente con la que tratábamos venía de una historia de pérdidas y maltratos en donde nadie podía ser ubicado en un lugar distinto al de un Otro devorador. ¿Por qué P. tenía que "entender" que los médicos querían salvarle la vida?, ¿no tenía derecho a "entender" la amputación de su pierna como un daño más, entre tantos otros? La enfermedad nunca viene a inscribirse en una tabla rasa, pensábamos. Y esta chica le había arrancado, ya antes, cosas más importantes.
Finalmente, la resolución de un juez. ¿Qué pudo llegar a representar, para P., la intervención de la ley? Tal vez, la posibilidad de terciarizar la decisión que no estaba preparada para tomar. Una chance de que Otro se ocupe, por primera vez, de lo que ella tiene derecho a no poder. Quizás, una alternativa, aunque un tanto grosera, de poder hacer una operación subjetiva. Ahora, distinta.
-Con mi pierna yo podía salir a correr, irme de los lugares. Por eso me parece que la voy a extrañar mucho. Para mí ésto es una "nopierna", la médica se enoja cuando le digo así y me dice que se llama "muñon", pero bueno- se ríe.
No es fácil que P. conciba a sus palabras como suyas y a lo que tiene para decir como importante. No es fácil porque lo está descubriendo recién ahora, con un Otro que ya no arrasa con lo propio, con un Otro que da lugar y que cuida. Es difícil y queda un montón por trabajar. Pero, hasta ahora, va entendiendo que las palabras también sirven para escapar.


- ¿Qué pasa cuando mamá y papá se van, por qué te pones tan triste C? - le pregunto minutos después de haberme quedado sola en la habitación con él. 
- Cuando papá y mamá se van me da miedo, porque me dan ganas de arrancarme el catéter, sacarme la vía, salir a correr.. - me contesta llorando.

Creo que existen pocos momentos, para mi, de tanta intimidad, como cuando me quedo sola en la unidad de internación con un paciente o con uno de sus padres. De verdad pienso que no sabía qué era conectarme realmente con el dolor del otro, hasta que comencé a trabajar en el hospital.
Poder sostener la angustia cuesta muchísimo, no es tarea para cualquiera. El silencio puede ser aturdidor si uno no tiene claro que es necesario.

- Me siento mala madre. Siento que no puedo controlarlo, tranquilizarlo, hacer que ésto no le esté pasando. Éste no es mi hijo. C. no era así. - me dice V., cuando por fin pudo caer y conectarse con su angustia. 

Está cansada. Está cansada de que lo mejor para el hijo le cueste tanto. Porque le cuesta un montón. Lo siente en el cuerpo y los días de internación se le hacen eternos. 
Los "ataques de nervios" de C. la marcan en lo real: mordidas, empujones, sacudidas. Hay ruptura también especular: no reconoce a su hijo, se lo llevó la enfermedad. 
Pero sin embargo es el mismo.

- C. también es éste nene - le digo - A veces cuando uno esta triste se enoja mucho, se enoja rápido y lo descarga con quién sabe que puede hacerlo. Él sabe que puede con usted, V., y tiene la seguridad que necesita: sabe que si está, no le va a permitir arrancarse el catéter, sacarse la vía, salir a correr. Me lo dijo a su manera: esa es la certeza que lo deja tranquilo. Y una mala madre no da esa seguridad a un hijo.

- Me gustaría estar en su lugar, que ésto me esté pasando a mi y no a él - me dice con la voz de quien no soporta mucho más.
Me quedo en silencio, la tomo de la mano, y la miro a los ojos...
 - Está en un mejor lugar: porque está a su lado.

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00:01 am.

Hace un par de horas me llamaron para avisarme que está listo el resultado de mi tesis. Dentro de otro par de horas tengo que ir a notificarme. Hace unos minutos bajé a hacerme un té de tilo y me senté a escribir.

Hoy escribir me angustia un poco, no lo voy a negar. Casi me decido por acostarme a leer, porque resulta que lo último que me propuse construir fue mi trabajo integrador final, el broche de oro de todo un recorrido muy propio del que todavía no se el resultado. Entonces me da miedo volver a escribir, cualquier cosa... tal vez sea por eso. La respuesta a mi temor me está esperando dentro de algún cajón extraño de un cuarto oscuro. Y a mi nunca me gustó mucho la oscuridad.

Mientras que esperaba que se caliente el agua para el té, me tiré en el sillón del comedor de casa y comencé a mirar al rededor. Siempre hay cosas al rededor, que por viejas y cotidianas ya no atendemos. Fue así que vi el cofre chiquito, de color ocre, que tiene un estilo raro. No se explicarlo. Se parece a los que usan en las películas infantiles las princesas para guardar pociones mágicas que convierten un sapo en príncipe, así sin más. Bueno, nunca es tan fácil. En realidad toda la película se puede basar en la búsqueda de esa poción, que termina por ser lo más importante. Y al final siempre se la obtiene. 

El cofre del que hablo está un poco deteriorado por el tiempo. Resulta que en casa muchas cosas cambiaron. Los cuadros nuevos reemplazaron a los viejos, el color de las paredes no fue siempre el mismo, las sillones se tapizaron continuamente y lo que estaba dañado dejó de ser visible. Lo particular y lo lindo del cofrecito en cuestión es que sigue estando y expone lo que el tiempo le dejó: unas pequeñas grietas, que si se miran de cerca se pueden distinguir. Pero nosotros hace mucho dejamos de mirar realmente, y desde entonces ya no vemos nada. Ni cofres ni nada.  

Juro que es viejo. Yo era chiquita cuando lo usaba como adorno en las casas que imaginaba con sábanas, un tendedero y sillas de plástico. A los seis años nunca iba a saber que hoy ese objeto sería especial por esto, porque sigue acá y porque sigue igual. Las marcas no impidieron lo que continúa transmitiendo, aunque ahora, tal vez, con un aire de nostalgia: toda una infancia... 

Y la infancia es magnífica porque nos hace creer que todo es posible. Error, me disculpo, así fue la mía. Pero es la misma que desearía que tengan todos los niños del mundo. Una infancia llena de cofrecitos ocres que permitan escribir una noche antes de recibir un resultado importante, que genere ansiedad y tantos nervios. Escribir para calmar todo eso.

Ahora los temores un poco se fueron. Tal vez sea porque recordé a la nena de seis años, a la que no le preocuparía tanto un simple papel guardado en un cajón extraño, de un cuarto oscuro. Porque a ella nunca le gustó mucho la oscuridad. 

Ella prendería, entonces, la luz, para dibujar detrás. Y si algo fuera a salir mal, pediría otra hoja y nada más. Sin embargo, ella nunca comienza algo pensando en lo peor. Ningún niño lo hace, esa es cosa de adultos.

Ella piensa, por ejemplo, en los cofrecitos que las princesas usan para guardar pociones mágicas que convierten un sapo en príncipe. Pociones que todo lo pueden...

y que al final siempre se obtienen.



01:57 am

[Fragmentos de una tesis]

     

     (...)
     Hacia el final de nuestra anteúltima entrevista, ocurre algo que es digno de interés. M. le dice a la psicóloga social del hogar “Hay quilombo con ella”, refiriéndose a mí. Al preguntarle por qué, afirma “Porque vos decís que venís y después no venís una mierda”. Es algo que se repetía.
     Encuentros anteriores a ese habían terminado con frases similares: “Me decís que venís y no venís un sorete”. Es por eso que, desde mi lugar, había comenzado a pensar qué sucedía. Yo asistía al hogar, como el primer día, respetando nuestro encuadre. En las ocasiones puntuales en las que, por imprevistos, no podía ir, siempre se lo anticipaba. No había problema alguno. Es así que empecé a pensar sobre el hecho de que, tal vez, alguien antes de mí no fue. Alguien que dijo que iba a ir y no fue.
     “Mi mujer es una hija de puta que mientras yo estaba internado se cogía a otro”, “Me dejó tirado en un hospital, ella me dijo ‘si vos caminas, o si quedas en silla de ruedas, yo voy a estar con vos’, ¿y vos la ves? Yo no la veo. A mí me cagas y te puedo dejar pasar una, dos, pero a la tercera te mando a la concha que te parió”. Era más claro de lo que parecía. Me lo había contado en la primera y en la séptima entrevista. Alguien de las características que ahora me transfería era la mamá de Natalia, su mujer de Chaco. Fue ella quien, hace años, le había dicho que iba a estar y no estaba. Fue ella quién lo engañó.
     Sin embargo, tenía que haber alguien más. Él lo dijo: “Te puedo dejar pasar una, dos, pero a la tercera te mando a la concha que te parió”. Si yo era la tercera, su mujer de Chaco ocupaba otro de los lugares, quedaba uno libre.
     “Yo me enteré que cuando mi vieja estaba enferma mi viejo estaba con una vecina”, dijo en el encuentro número doce. Y así parece completarse el lugar faltante. Su padre engañó a la mujer que M. más quiso, a su madre, de la misma forma que luego fue engañado él. Podemos pensar que M. fue abandonado, tras el accidente de su pierna, de igual manera que su madre, por su padre, durante su enfermedad.
     De aquí se derivaría la insistencia del reproche que, como pudimos ver, no iba dirigido a mi pero estaba fundado en otras ausencias significativas. Me pareció importante recordarle a M., entonces, que nos quedaban pocos encuentros. Se trataba de una cuestión ética. Por estar puesta yo en el lugar de mujer y haber despertado todas estas cosas, concomitantes a la posición, era necesario introducir un quiebre en la regla que parecía operar para él.
     En esa anteúltima entrevista le aclaro que yo iba al hogar, a verlo los días acordados, y que nos quedaban pocos encuentros. Al preguntarme por qué, respondo diciéndole que yo le había dicho, a comienzos del año, que solo iba a ir hasta noviembre. Le pregunto si lo recuerda y me responde con algo que no considero una pregunta sino, más bien, una afirmación: “Pero ustedes vienen todo noviembre”. “No, M. Yo vengo solo un par de días en noviembre, y ya no vengo más, fue lo que le dije. 
     En el campo del psicoanálisis nunca podemos estar seguros de las consecuencias que tienen nuestras palabras en el paciente. Sin embargo, creo que el hecho de haberme posicionado de manera diferente introdujo un corte en aquello que M. esperaba. Fue necesario decirle con firmeza y sin reparos que, luego de unos días, no iba a volver al hogar. No fue la misma postura que tuvo su mujer, que prometió lo que no cumplió y lo engañó; al igual que su padre, que abandonó a su madre en una situación similar. Yo estaba ahí para jugar un nuevo papel que, pienso, tuvo sus efectos.
Hace mucho no me pasaba de no poder dormir por sentirme atravesada de algo. Tengo la necesidad de escribir, de sacarlo. Casi no lo pienso. Lo que corre en mi cabeza se plasma, es así. No va a ser la excepción. Agradezco que el blog siga a pesar de los años.
1:39 am y siempre me sentí diferente. No se si porque lo que me interesa no corresponde con lo corriente. Simplemente no me importa que no encaje, y no tengo que disculparme. Si conozco a tres famosos es porque me importan lo mismo que tener escarbadientes en casa. Nada, básicamente. Es que para mi son importantes otras cosas.
Conocer, por ejemplo, lo que hace que se le ponga la piel de gallina a alguien que quiero. Sus pasiones, sus debilidades. Lo que lo quiebra al medio en la mitad de una noche cualquiera. Lo que lo hace sonreír y lo que lo angustia. Lo que lo angustia... eso!
Conocer, por ejemplo, cuantas veces más podría revolcarse en otras camas intentando olvidar aquella. Estar en sus pensamientos, de vez en cuando, comprender sus actos. Mirar su película y vivirla un poco. Eso me interesa. No puede no ser interesante!
Es que cuando queres a alguien te importa todo. No es al revés. No me interesa saber lo que pasó con esa estrella televisiva, porque no brilla para mí. Creo que no puedo explicarlo de otra manera. A mi me alumbran otras cosas.
La sonrisa de mamá, la fuerza de papá, la energía de mis hermanos, el entusiasmo de mis amigos, la lealtad de mis perros, la enseñanza de mi abuela. La vida de ellos. Me importa, me moviliza, me compone. Porque no somos otra cosa. No existimos sino construidos por otros. Ellos son mis famosos.
2:06 am. Pone un freno. Cuando sea, pero es necesario ponerlo. Pensaste en lo que es realmente importante?
(2:10 am.)

De la práctica al texto

Nuestra función desempeñada en el HJC fue, en un primer momento, la de simple espectadores de lo que allí acontecía. Así, reconocimos en el hogar una realidad que preexistía a nuestra intervención y que era independiente a nosotros.
La institución cuenta con formas de hacer y de hacerse que la caracterizan. Rutinas estrictamente establecidas, con horarios y actividades pautadas en sectores bien delimitados. Todo esto pensamos que es un intento de poner velo a lo que realmente ocurre allí, al hecho de que más allá de las actividades que se desarrollen, nada se mueve. Todo es estanco.
A los adultos mayores institucionalizados se los toma en cuenta para no considerarlos en su dimensión más humana. Se toman decisiones que atañen a todos ellos sin hacerlos partícipes. No se les brinda la palabra, no se los considera en su singularidad. Estamos frente al hecho de que todo vale para todos, donde las rutinas y los hábitos no admiten modificaciones. Estamos en una institución en donde incluso lo sorpresivo, lo imprevisto, lo inesperado es vivido como natural, como inevitable. Así se reciben amablemente a grupos no pertenecientes a la institución (que acuden en posición de prestar caridad o brindar su ayuda) como una directiva que hay que aceptar sin reclamos. Entonces los adultos mayores deben pasar toda una tarde escuchando a otro tocar la guitarra y cantar, viendo a un tercero actuar y posicionándose en el papel de espectadores pasivos de algo que ni siquiera los atraviesa en lo más mínimo.
Al contarnos sobre las experiencias con estos grupos ajenos al hogar, pensamos en el hecho de intervenir de alguna manera novedosa, de intervenir realmente y de la posibilidad de dar lugar a que se produzcan discontinuidades, quiebres y rupturas a todo este orden instituido.
Comenzamos por situarnos, a partir de la escucha, en un sitio diferente. Ya no les preguntamos por sus síntomas y padecimientos, como estaban acostumbrados a que se haga, y nos permitimos escuchar un poco de lo que esos síntomas tenían para decirnos de ese sujeto particular que estaba en frente. De esta manera comenzaron a aflorar, con cada uno de nosotros y de manera diferente, distintos discursos e historias de vida. Brindando una escucha plena, despojados de prejuicios y otorgándoles a ellos la libertad (siempre relativa) de llevar su discurso por donde quieran, comenzamos a observar que algo de lo singular se iba poniendo en juego, cada vez un poco más. Ellos estaban siendo realmente escuchados por alguien que ya no tenía un cuadernillo registrando la presión, los síntomas y de más cuestiones y, lo más importante, estaban siendo escuchados por ellos mismos. Se les devolvía algo que de ellos mismos salía. Así despertaron asuntos dormidos durante años y los quiebres y discontinuidades fueron tomando terreno.


......................

07/06/16 

Agradezco a todo eso que me trajo a donde estoy hoy. Porque siempre somos traídos. Tiene mayor peso aquello que nos constituye y que nos conduce inevitablemente hacia algún lado, que todos los esfuerzos que hagamos por llegar a un determinado lugar. Esfuerzos que tantas veces nos dejan perplejos, cuando estamos frente a situaciones que no buscamos y sin embargo no podemos salir. Somos llevados. Por un poco de todo. Y yo agradezco a las circunstancias en las que me metí(eron), a las historias que armo desde chica, al material con el que cuento que me permite construirlas. Porque al final siempre creamos nuestras propias historias, como podemos y con lo que tenemos. No existe otra manera.
Y si mucho tiempo estuve metida en lugares incorrectos fue porque en realidad eran los correctos. Eran inevitables. Y si los padecí y me fui, pero partida a la mitad, fue porque era necesario. Y si todavía no se muy bien donde estoy es porque me voy conociendo mejor, me voy conectando con mi lado más humano. Ese que despierta todas las incertidumbres, las búsquedas y lo inacabado. La falta de certezas. Porque hoy se que en realidad no se, que en verdad desconozco. Que realmente somos infinitos y que es imposible estar seguros.
Y ese es mi lado preferido, el que voy descubriendo al no entender ciertas cosas. El que habla de mí, sin poderlo describir. Soy un poco de lo sorpresivo, de lo que no esperaba que pase y sin embargo pasa. Soy todo eso que no te digo cuando te cuento quien soy. Por ser infinitamente desconocida.
Por todos los hilos que entretejen esta historia que es un poco mía, doy las gracias por los nudos. Y porque siempre estuve donde tenía que estar.
[y hoy lo puedo ver]

{fragmentos de una tesis}

(..)

-¿Qué es lo que entiende bien?
-Lo que se siente. Yo tengo dos fechas que no se me van a olvidar nunca... una es el seis de septiembre de 1990.
-¿Me quiere contar?
-Ese día murió mi vieja.. pero yo te dije que son dos fechas.. la otra es el veintiséis de septiembre.. el año es lo que no me acuerdo.
-¿Qué paso ese día?
-Me acuerdo perfectamente, pero no te quiero contar..
-Está bien M. ¿Por qué no quiere hablar de eso?
-Es el cumpleaños de mi primer mujer. Y ella está a la altura de mi vieja, pero no está más. ¿De eso queres que te hable?.. no podía tener hijos.. Y sentí que fue por mi culpa.


17/05/16




Llevo un mapa, es mi bandera.. y mi ropa con tu olor
Llevo el cuerpo baqueteado y no tengo otro mejor
Llevo el don de la inconsciencia
Llevo algo como vos
Llevo marcas en el cuerpo, más precisamente dos..
Y llevo siempre en el camino la canción, esa del chino, que cuando la escucho me hace pensar que todavía no se si sos equipaje.. pero te quiero llevar.
Llevo banda de problemas, soluciones llevo más. 
Llevo mi disfraz de rockstar, para vos un antifaz.
Llevo la fuerza de un río y llevo un viento que sonó
Llevo un beso que no es mío y que la culpa me dejo
Y llevo siempre la teoría de que fue la astronomía la que hizo que hoy te quiera decir que todavía no se si sos la salida.. pero ya me quiero ir
Y también llevo un amuleto muy mío, un secreto que si quiero te digo
Llego ganas de ganarte a casi todo
Y llevo puesto, de un amigo, un sombrero
Mucha agua por si me prendo fuego
Llevo hojas para escribir con crayón.. que cerca estoy de tu revolución!
Había mañanas en que me levantaba caprichosa y me molestaba muchísimo que el café con leche estara tan caliente. Lo revolvía con cierto enojo y no emitía ni una palabra. Ella enseguida se daba cuenta de mi mal humor y solucionaba el problema: "¿esta caliente el café? espera ya te lo enfrío rapidito". Buscaba otra taza y pasaba una y otra vez el contenido desde la primera a la segunda y viceversa. El café quedaba tibio. Mi mal humor más o menos. Sabia que después de eso me esperaban ejercicios de matemática y una copia de diez renglones. O quizás de quince.



Mi abuela tiene soluciones así de simples a todos mis problemas. Todavía, diez años después, sigo enojandome cuando mi café esta muy caliente. Pero no puedo explicarles lo feliz que me hace el saber que mi abuela me lo puede entibiar. Al igual que a cada situación de vida medio complicada. Y digo "medio" porque la tengo a ella, que sabe pasar de un lugar a otro el contenido del conflicto, desde que tengo memoria y hasta hoy en día. Tal y como lo hace con el café.
¿Y qué más puedo decirles? la vida para mi es ésto.
"Un día de invierno, dos puercoespines que sufrían frío, se apretaron uno contra el otro, para darse calor entre sí; pero, desgraciadamente, incómodos por los pinchazos de sus púas, no tardaron en separarse de nuevo los dos. Obligados a juntarse nuevamente en razón del frío persistente, padecieron otra vez el efecto desagradable de los pinchazos. Esta alternativa desagradable de acercamiento y separación duro hasta el momento en que se encontraron a una distancia conveniente, en la que se sintieron al abrigo de todos los males:
ni demasiados pinchados, ni demasiado frío."



Lloraba porque no había podido resolver muchas cosas. Eran tantas que no podía hacer nada más que dejarlas a un lado, al menos por un rato, y llorar.
Llorar por no entender los cambios, o por hacerlo y no poder aceptarlos. Por no abandonar lo viejo, eso que por viejo no cobra valor. En este caso no.
Lloraba al no lograr decidir por otros, cuando era lo que más respetaba, las elecciones ajenas. En tiempos anteriores, claramente. Todo era mejor ahí. Cuando importaba menos.
Lloraba el entrar a lugares y no poder salir. El poner lo que le resultaba imposible quitar. El construir lo que sin su consentimiento iba a caerse. Como cada cosa, hoy, en su vida. Todo, incluso aquello que más sólidamente parecía sostenerse.
Lloraba el pasado que no dolía, cuando era presente. Lloraba el futuro, que se aproximaba a cada paso, cuando no se sentía preparada. El ayer. el ahora y el mañana pesaban lo que no iba a soportar.