De la práctica al texto

Nuestra función desempeñada en el HJC fue, en un primer momento, la de simple espectadores de lo que allí acontecía. Así, reconocimos en el hogar una realidad que preexistía a nuestra intervención y que era independiente a nosotros.
La institución cuenta con formas de hacer y de hacerse que la caracterizan. Rutinas estrictamente establecidas, con horarios y actividades pautadas en sectores bien delimitados. Todo esto pensamos que es un intento de poner velo a lo que realmente ocurre allí, al hecho de que más allá de las actividades que se desarrollen, nada se mueve. Todo es estanco.
A los adultos mayores institucionalizados se los toma en cuenta para no considerarlos en su dimensión más humana. Se toman decisiones que atañen a todos ellos sin hacerlos partícipes. No se les brinda la palabra, no se los considera en su singularidad. Estamos frente al hecho de que todo vale para todos, donde las rutinas y los hábitos no admiten modificaciones. Estamos en una institución en donde incluso lo sorpresivo, lo imprevisto, lo inesperado es vivido como natural, como inevitable. Así se reciben amablemente a grupos no pertenecientes a la institución (que acuden en posición de prestar caridad o brindar su ayuda) como una directiva que hay que aceptar sin reclamos. Entonces los adultos mayores deben pasar toda una tarde escuchando a otro tocar la guitarra y cantar, viendo a un tercero actuar y posicionándose en el papel de espectadores pasivos de algo que ni siquiera los atraviesa en lo más mínimo.
Al contarnos sobre las experiencias con estos grupos ajenos al hogar, pensamos en el hecho de intervenir de alguna manera novedosa, de intervenir realmente y de la posibilidad de dar lugar a que se produzcan discontinuidades, quiebres y rupturas a todo este orden instituido.
Comenzamos por situarnos, a partir de la escucha, en un sitio diferente. Ya no les preguntamos por sus síntomas y padecimientos, como estaban acostumbrados a que se haga, y nos permitimos escuchar un poco de lo que esos síntomas tenían para decirnos de ese sujeto particular que estaba en frente. De esta manera comenzaron a aflorar, con cada uno de nosotros y de manera diferente, distintos discursos e historias de vida. Brindando una escucha plena, despojados de prejuicios y otorgándoles a ellos la libertad (siempre relativa) de llevar su discurso por donde quieran, comenzamos a observar que algo de lo singular se iba poniendo en juego, cada vez un poco más. Ellos estaban siendo realmente escuchados por alguien que ya no tenía un cuadernillo registrando la presión, los síntomas y de más cuestiones y, lo más importante, estaban siendo escuchados por ellos mismos. Se les devolvía algo que de ellos mismos salía. Así despertaron asuntos dormidos durante años y los quiebres y discontinuidades fueron tomando terreno.


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1 comentario:

Azumi dijo...

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