Ante la necesidad: escribo

Son en estos días en los que me parece que a todo lo que miro le falta algo, o le sobra y estorba. Molesta. Porque nunca es completamente como quiero que sea. Y la gente a la que tolero cada vez menos. Mi paciencia va en decadencia.
Quizás porque yo no estoy acostumbrada y no podría aceptar que me impongan algo que yo no pienso, que me dominen y mi poder de elección quede en la nada. Que me hablen mal, y yo me achique. Que no responda y quede limitada a lo que otro me diga.
No tengo razones para hablar a espaldas de una persona, porque me considero lo suficientemente madura para decir las cosas de frente y hacerme cargo, a no fingir. Ya estamos grandes. Ya fue la chiquilinada de creerse 'unidad' cuando en realidad lo único que las une es el escudo que forman para defenderse, porque solas no pueden. Es usarse para decir "acá estamos" y nunca "acá somos". Para llamar la atención con lo que puedan hacer, pero no por ser.
Es no animarse a revelarse, por miedo a quedar mal, y resulta más fácil fingir que está todo bien y evitar los problemas que puedan causar. Todos tienen defectos, a todos pueden juzgar, pero a la hora de mirarse para adentro y darse cuenta que cometen los mismos errores, siempre se buscan justificar.
La bronca de la rutina, de las ideologías, de las costumbres. De que siempre sea lo mismo, del "que dirán". De los peligros, de no poder volver a comenzar sin que te pese lo que hiciste mal.
De seguir estudiando cosas que no me interesan, perdiendo horas en materias que no van a servirme. De pensar el 70% del día en la facultad y seguir de brazos cruzados.
El querer dormirme por un buen tiempo y levantarme dentro de unos cuantos años con la carrera terminada, con 7 años de noviazgo, con las amistades que solamente valgan y con mi familia un poco más confiada.


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